martes, 8 de noviembre de 2011

Canto heroico

Canto heroico y fúnebre por el subteniente caído en albania IV

En una famosa obra de B. Brecht un per­sonaje acusa de su cobardía a Galileo por retractarse ante la iglesia diciéndole: pobre del país que no tiene héroes, a lo que éste contesta: pobre del país que necesita héroes. Grecia tuvo más héroes de los que necesi­taba aquella mañana de 1940.
Cuando se habla de la Segunda Guerra Mun­dial pocas películas recuerdo que citen si­quiera la participación griega. Sin embargo, el pueblo entero se opuso a la invasión.
Desde el comienzo de la guerra, Mussolini estaba celoso de los éxitos de Hitler. An­siaba, y así lo había acordado con él, ser cerrojo y dueño del Mediterráneo gracias a su poder naval, pero para eso necesitaba bases en las islas del Egeo que el dictador griego, Metaxás, —por otra parte odiado por su pueblo— se obstinaba en negarle, con el fin de mantener neutral a su país. Finalmente, tras un ultimatum tan trai­cionero como tardío, el 28 de Octubre de 1940, 27 divisiones italianas, algunas de ellas blindadas, con apoyo de aviación y artillería pesada, invaden Grecia desde Al­bania en lo que iba a ser un paseo militar.
16 divisiones de infantería ligera, forma­das en parte por reservistas, sin artillería ni aviación, armadas con fusiles de al menos cinco naciones, muchos de ellos italianos, son enviadas por Metaxás al frente. O. Elytis, posteriormente premio Nobel era uno de los muchos soldados que el 11 de noviembre y contra todo pronóstico, en un ataque imposible no sólo detuvieron a los italianos, sino que los hicieron retroceder 60 km en el interior de Albania y aún Papa­gós, el comandante en jefe griego, prome­tía a Metaxás que si conseguía un suminis­tro constante de municiones Tirana caería y los italianos serían de nuevo devueltos al mar.[1] —Recordemos que dada la muy di­versa procedencia de las armas griegas era prácticamente imposible combatir todos al mismo tiempo por falta de municiones.
Por desgracia, en enero siguiente muere Metaxás de leucemia y, a falta de un líder político resulta elegido presidente un indus­trial llamado Koritzis que, incapaz de hacer frente a la amenaza, se suicidaría pocos meses después. El 6 de Abril del 41, Hitler, harto de un frente que mantenía ocupados a miles de italianos que tanta falta le ha­cían en otros frentes, invade Grecia con sus panzer. Algunos de los más brillantes poe­tas griegos, como Yorgos Seferis, parten al exilio. Otros, como Sarandaris, mueren en el frente. Elytis y Ritsos sufrirán de por vida las consecuencias de la guerra. Para la historia quede el dato de que quizá nunca un dictador griego haya sido tan unáni­memente apoyado por su pueblo como lo fue Metaxás cuando se pronunció con un no rotundo ante el ultimatum italiano.
Yorgos Seferis escribe en su diario[2]:

Ese nuevo orden significa que deben ase­sinar al débil, que pueden utilizar las más sucias mentiras para asesinar a pueblos pequeños. … Grecia, el 28 de Octubre eli­gió vivir libremente o morir. Elytis era uno de los miles de soldados griegos que en aquel frente saltaban de alegría cuando una bomba italiana despanzurraba a una mula , pues ese día podrían comer carne[3].
En ese contexto se debe entender el canto heroico no como homenaje a una persona en concreto, sino a todo un pueblo. Posible­mente el canto heroico sea el mejor poema épico del siglo XX. La puntuación es mía porque Elytis apenas usa algunos puntos. 
 

Canto heroico y fúnebre por el subteniente caído en Albania”
IV.

Ahora yace sobre el capote chamuscado,
con un viento detenido en los cabellos tranquilos,
con un trozo de olvido en la oreja izquierda.
Se parece a un jardín del que huyeron de pronto los pájaros,
Se parece a una canción a la que amordazaron en las sombras,
Se parece un reloj de ángel que se paró.
Apenas —“adios, camaradas”— dijo con sus ojos.
Y la incertidumbre se ha hecho mármol.
Yace sobre el capote chamuscado,
Negros siglos, a su alrededor,
ladran con esqueletos de perros al silencio terrible.
Y las horas, que se han vuelto palomas de piedra,
escuchan con atención.
Pero ardió la sonrisa, pero ensordeció la tierra,
Pero nadie oyó el último grito.
El universo entero se ha vaciado con el último grito.
Al pie de cinco cedros,
sin otros cirios,
yace sobre el capote chamuscado.
abandonado el casco, enfangada la sangre.
A su flanco, el brazo mutilado
y entre las cejas,
un pequeño, amargo manantial, la huella del destino.
Un pequeño, amargo manantial rojinegro.
¡Manantial donde el recuerdo se congela!
¡Oh, no contempléis, oh no contempléis a dónde,
a dónde huyó su vida. No digais que,
no digáis que el humo de su sueño subió arriba.
Así un nuevo momento, así un nuevo momento,
Así un nuevo momento dejó al otro,
y así el eterno sol al universo.

Luis Muñoz Modroño



[1] Aparte de las muchas obras de historia, consúltese Y. Seferis, Jiróstrato.

[2] Seferis, que fue además portavoz del go­bierno griego en el exilio, vivió por tanto el drama no como simple espectador, sino participando activamente. Su hermana, I. Tsatsos, tiene un Diario de la ocupación publicado en Ediciones clásicas que no tiene desperdicio, pues cuenta en él la organización clandestina y semiclandestina imprescindibles para sobrevivir en aquellos años cruciales, sin omitir las terribles luchas intestinas entre las dos guerrillas comunista y no comunista que acabaron en un baño de sangre tras la derrota alemana.
[3] O. Elytis: Axion esti. Hay traducción caste­llana con el título de Dignum est. Plaza y Janés, traducción de C. Carandell. Para mi traducción he utilizado una parcial: R. Irigoyen, Ocho poetas del siglo XX. Ed. Mondadori. Y otra completa: L. De Cañigral, Col. Literaria del museo de C. Real.

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